Verso caído

Soy dueño de este verso caído,
Mi soledad y de aquel Árbol abatido.

De la rima con el compás para
La musa perdida y de mi alma, que
Vaga sin encontrar su calma.

Ésta es la sombra que me encierra en
Su esclavitud, me deja como a Cristo en la cruz,
Aislado y llorando al ataúd, donde después
Perderá la luz.

Pertenezco a la frívola obscuridad,
Donde no hay amanecer que me ayude a
Destilar, a toda mi inútil infelicidad.

Soy el viajero del navío sin la brújula
Que lo guía, mirando a la luna entristecida y
Con lágrimas de cristal, montadas en su
Tétrico pedestal.

Ahora les plasmo mi letra
Con la sangre, tinta de mis venas que
Se parten, cayendo sobre las hojas
Que en la brisa se deshacen.

Aquí he pensado en el rostro
Que no miro, en el ave del canto sin
Brillo y en mí soñando, con la
Voz de mi eco en el olvido.

Vengo de la lluvia que se brota
Sin final, del río que no encuentra ni su caudal
Y de todo un esplendoroso mar, que relataba
La historia del pez que no lo supo nadar.

Desde allí, el exilio se apodera
De mí, me acaba y no me deja vivir,
Para entonces al mundo sonreír.

Será que le debo orar al Señor, a
Ése que en el pasado, ni a su destello
Se le encontró.

Necesito parar todo mi rencor,
Éste que se ha llenado de tormentos
Y demasiado dolor.